GALERÍA GURRIARÁN |
PINTURA LUZ: LUZ DE HIGUERAS
Canencia, en otoño, es un escándalo de jaldes y de verdes venidos a menos; de hojarasca herrumbrosa, ambarina. Allí, Juanito- así le llaman los canencianos-, el gran cacique de la luz, va y viene vigilando sus movimientos para ir registrándolos, como un diario, desde que el amanecer se hace hasta la oscuridad. La lujuria de la luz, en el tamiz de su crisol, encanta los sentidos y reverbera en derredor de sus óleos.
A Juan Higueras se le ve venir: mollar, abierto, diáfano como el cielo. ¿Su gran virtud?, su cualidad de conciso sajelador de la luz: la domeña con solercia, la acaricia o zarandea para luego dejarla dormir en el regazo de sus soledades. En su lucidez triunfa una sinfonía cromática que le obedece: Juan es un chamán del claror. Claro, los títulos de sus obras mencionan adunia el sol, el río, los abedules, las estaciones.
¿Cómo se hace un domador de luz? Con mucho empeño, con un exceso de facultades para atraer y dominar lo inasible; por una viva sonrisa de las aguas, cuando todo enmudece. Por la querencia de la claridad, que es regalo de la luz; por el duende que hechiza el resplandor. O por algún don mágico, oculto, que atesora Jota Hache.
Ahora todos escribimos con luz, pero no se pinta con luz, aunque Picasso también lo intento. Se pinta la luz, para ello hay que tener oficio, muchas horas de acecho y de vivir el campo, generar confianza con ella hasta que se deja acariciar y conducir a donde el alma le indica. No es fácil, pero algunos artistas lo consiguen.
En la pintura de Higueras reina lo natural. Y la magia. Toma sus bártulos y se adentra en la naturaleza, no para desentrañar el paisaje, sino para meterse en él y esperar que haga su aparición la luz y convencerla para que presida el lugar que le pertenece, el espacio que él le otorga.
Los iconos de Juan Higueras son fragmentos de naturaleza, sensaciones del alma, guiños al paisaje de un espíritu ennoblecido por la inocencia, impresiones sensitivas y cromáticas. Pero, las distingue una presencia: su decisión de plasmar todas las edades de la luz. La limpidez del viento la hermosea. Llega a nuestra vista desnuda, como un primor, y el aire la viste de clemencia sin rozarla. ¡Quién fuese aire!
Para el poeta alejandrino, Georges Schehadé, “el sueño se mezcla con el aire”. Otra virtud de Higueras, integrarse con el aire para soñar la luz; tenerla ante la vista como es y, al tiempo, inventarle rangos a su estirpe. Si no, no sería artista, sería sólo pintor. Poeta no es el que escribe versos, sino el que rivaliza en su canto con el ruiseñor, estableciendo el nombre definitivo de las cosas.
La pintura es la armonía musical de la conciencia; la combustión de la luz es la cortesía del pintor, que sabe que está obligado a depurar los sentidos del espectador. Y sin luz no hay claridad. Los verdes, los chopos, las aguas, los pétalos de fuego, la hemorragia de amarillos que incendian las obras de Higueras serían muy poca cosa si no estuvieran ahormados por una sensibilidad feraz y por el dominio poético de la luz.
Pintar está bien, pero es más subyugante hacer arte. En Enciclopedia de las ciencias filosóficas, dice Hegel: “el arte suministra la purificación del espíritu de servidumbre”. Hay lenguajes que se definen por el color y las formas; otros, por la tensión de la luminosidad, por el fulgor que la luz visibiliza; algunos, por espíritu de servidumbre.
La pintura, el arte, no tienen nada que ver con la verdad, ni con el amor, ni con la ocurrencia. Baudelaire nos enseñó que la pintura más honesta, con independencia de su estilo, es la que llega a más sensibilidades, la que emociona a más espectadores. No cito a Hegel parar intelectualizar a Higueras, no le hace falta; él es y está, secluso, límpido como una sábana blanca recién aireada: huele a limpio, a matiego, a aire puro.
Él, que es transparente, dice que tiene que pintar en tabla para que no se transparente la luz, que se cuela por todas las rendijas. Y la luz sigue a Juan con una fidelidad de amigo, incidiendo en el apogeo de su naturalidad. Pero, ¿acaso el agua quiso alguna vez dejar de ser lo que es? ¡Qué privilegio, tener la confianza de la luz!
Juan Higueras es como su pintura: un riachuelo de agua cristalina atravesado por el clamor de una espada de sol, una arboleda tras la cual la luz titila y nos hace oír el canto insólito de un lugano; un yatagán de seda que legisla la intensidad de los pajizos, los verdes, los ocres, los blancos…Juan no hace impresionismo, sino pintura impresionante.
En Poemas de la luz, 1919, traducción de Stefan Baciu, canta Lucian Blaga: “Lentas, / lentas, / lentas gotas de luz/ y de paz caen sin cesar/ del cielo / y se petrifican en mi”. Higueras lo podría decir de cada uno de estos poemas pictóricos en los que nos recuerda que vive la naturaleza sin alardes ecologistas, con humildad, ensalzando la cartografía de su semblante de níscalos, ocre, rubio, tabaco, rojizo, terroso, violeta, cobrizo…
En esta pintura, sin muletas conceptuales ni gaitas que no suenan, se siente el perfume de la proceridad intimista. Los sentidos se encelan y presumen distinguiendo los aromas, los colores, los sabores, la música que la naturaleza compone con su murmullo. Esta pintura nos sitúa cerca de la vida, nos habla de tú a tú, nos reconcilia con lo originario, con el paisaje, con la inocencia, con la decencia.
Tomás Paredes